Alcázar de los Reyes Cristianos

Alfonso XI fue el alma de esta residencia real, cedida por los Reyes Católicos como sede del Santo Oficio.
“Lejana y sola” en la Canción del jinete de Federico García Lorca, el viajero siente Córdoba tan cercana como su casa, tan acompañadora y cálida. Después de fluir con el agua de los jardines del Alcázar de los Reyes Cristianos, la ciudad más querida por la UNESCO –acapara nada menos que cuatro reconocimientos–, nos perderemos por el bosque de columnas de la Mezquita-Catedral, obra cumbre del arte hispano-musulmán y alma de una ciudad que resume, como ningún otro monumento, la historia de nuestro país.
A renglón seguido, ampliaremos la perspectiva pateando todo el centro histórico de la ciudad, con el coqueto y florido barrio de San Basilio, el puente romano sobre el Guadalquivir, la torre de Calahorra, sede del Museo Vivo de al-Ándalus, el palacio Episcopal, el antiguo hospital de San Sebastián, del siglo XVI, la sinagoga, una de las mejor conservadas de España, o los baños califales, construidos por al-Hakam II en el siglo X.
El Festival de los Patios Cordobeses, de Interés Turístico Nacional, tiene lugar durante la primera quincena del mes de mayo, pero los patios cordobeses resplandecen, de hecho, los 365 días del año gracias al mimo de sus propietarios, que “pintan” esos rincones domésticos y hospitalarios con el color, el olor y la vida de sus macetas y arriates.
Y, entre tantas opciones, dejémonos deslumbrar, finalmente, por la “ciudad brillante” de Medina Azahara, a unos 8 kilómetros al oeste de la capital, suma de la arquitectura, el arte y la cultura omeya, sueño hecho piedra de un hombre, Abderramán III, que perpetuó el gusto de su civilización por los siglos de los siglos.
Alfonso XI fue el alma de esta residencia real, cedida por los Reyes Católicos como sede del Santo Oficio.