El Barrio de la Villa, la zona más alta de la localidad, mudó su fisonomía en el siglo XIII con un recinto amurallado almohade al que, en el siglo XIV, los cristianos adosaron un castillo en uno de sus extremos, que custodiaba la puerta de Martos.
No se puede decir, por tanto, que Castro del Río mienta sobre su nombre: vigía de la campiña que lo circunda, un meandro del río Guadajoz hace las veces de su escudero. ¿Y qué hay que ver en su interior? Pues mucho y muy bueno. Para empezar, sus torres, tres prismáticas y una cilíndrica –esta última, ochavada en su interior–, unidas por sus lienzos y, salvo la del homenaje, desmochadas. Para continuar, las mazmorras y un aljibe de 80 m3 de capacidad, que muy pronto será restaurado. Y, para finalizar, un generoso patio de armas, de 25 x 20 metros, que los aficionados al teatro conocen bien por la muestra veraniega que tiene lugar en él.
Declarado Bien de Interés Cultural, se accede por una puerta de arco de medio punto. Y, al igual que otras localidades de la Campiña, Castro del Río tiene su anecdotario cervantino: fue aquí donde al padre del Quijote le notificaron una sentencia de arresto por su mala praxis como comisario real de abastos.