Los Pedroches, el sabor de la tierra

Con el castillo de Sotomayor como luz y guía de nuestros pasos por Belalcázar, salvaremos las aguas del arroyo de Cagancha por un puente de tres ojos, dejando atrás la torre del homenaje más alta de la Península Ibérica. A las afueras del pueblo, en la llamada Villeta de Santa Clara, visitaremos el convento de Santa Clara, fundado en 1476 por Elvira de Zúñiga, la primera condesa de Belalcázar. El tiempo se detiene en este conjunto conventual habitado por hermanas franciscanas de la Orden de Santa Clara, que cabe visitar por las mañanas, en grupos de seis personas, o, en los meses de julio y agosto, también de noche.

Si estamos en Belalcázar, estamos en Los Pedroches, el valle de las bellotas, sinónimo de dehesa y jamón ibérico. Bajo unos cielos tan limpios que podríamos comer en ellos, la ruta, de norte a sur, nos llevará luego a Hinojosa del Duque –indispensable su parroquia de San Juan Bautista, la llamada catedral de la Sierra, un templo del siglo XVI con una de las portadas platerescas más conmovedoras de nuestra geografía–; El Viso –con el castillo de Madroñiz en las riberas del río Zújar y su fabulosa iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación–; Dos Torres –con el embrujo de su Plaza Mayor cercada por soportales, su arquitectura vernácula, sus ermitas y puentes–; Añora –donde, entre parroquias y ermitas, saborearemos el Centro de Interpretación de la Ganadería de Los Pedroches–, y, finalmente, Pozoblanco –con la parroquia de Santa Catalina y el coso taurino de Los Llanos, testigo de tardes de gloria y sangre derramada